Juancito era
un chico travieso, su vida en las calles de la ciudad empezó a los diez y seis
años cuando sus padres deshicieron la
unión de tantos años de matrimonio. De dicha unión surgieron dos bellos
retoños, Juan Carlos Taipes conocido en todos los suburbios como Juancito, y
Leonel el chiquillo que no paraba de llorar.
De sus padres
muy poco se conoce; solo que cada uno decidió vivir a su manera.
Juancito, todo
un rebelde; su temperamento inquieto iba en contra de lo establecido. En el
colegio siempre obtuvo las peores calificaciones, su interés se centraba en
cazar pájaros, hacer maldades a las muchachas cuando salían de clases y una
montaña de travesuras mas que aquí no podría describir por falta de espacio.
Con este
panorama el chiquillo decide realizar la danza de las casas, buscando un poco
de afecto, un lugar donde se sintiera cómodo; que se le aceptara. Así , visito
mas de una docena no obteniendo el resultado deseado.
Un día despierta
muy temprano, de madrugada; se levanta, ve el sucio reloj que le había
obsequiado su madre en uno de sus cumpleaños.
Eran las cuatro de la mañana.
La luz tenue
de la calle iluminaba la ventana de aquel cuartucho donde un amable vigilante
le permitió pasar la noche.
Despacio se
acerco a ella, como si temiera de lo que afuera pasaba. La luna en su esplendor
vigilaba al planeta y sus habitantes; se quedo inmóvil, los pies descalzos, el
pecho descubierto, los ojos repletos de lagrimas.
La calle en un
abismal silencio acogía al grupo de chicos que como el no tenian paradero fijo.
Un simple colchón viejo y sucio, una sabana
que decía palabras huecas, una pierna flaca, desnuda, curtida y marcada; ella
delataba la vida o la muerte.
Dos mas se
hallaban alrededor de la pierna, jugaban con algunos envases, veían al que yacía
sin moverse.
La curiosidad
como un río inundo a Juancito y decidió ir con ellos; afuera el aire frío
templo su piel, cruzo la calle, sus pasos lentos pero decididos se iban
acercando al grupo.
-¡Que
mas!-Dijo a secas-.
Ellos le
miraron con desconfianza y se abalanzaron sobre la pierna.
Se sentó en el
suelo, no hizo preguntas, solo quería su compañía.
La aurora
entro, incandescente y de pronto el mayor de los chicos le azuzó; Juancito no
se fue y el chico saco su arma, un chuzo muy bien hecho.
Lo apunto con
el de manera amenazante pero Juancito no se aparto, ya nada le importaba, vivir
o morir le daba igual.
El muchacho
comprendió el mensaje y guardo el arma. En silencio levanto la sabana dejando
al descubierto el cuerpo al que pertenecía la pierna.
Un pequeño
niño con el cuerpo lleno de llagas; se había ido ya…
Las lágrimas
rodaron por las mejillas de los dos compañeros, el dolor se reflejo en sus
rostros demacrados y desnutridos y se hizo el silencio.
Desde aquel
instante Juancito entro al clan de los granujas de la calle. Debían deshacerse
del cuerpo y seguir adelante. Lo hicieron en silencio con todo el debido
respeto; las llamas borraron lo que había sido un cuerpo.
La vida
continuaba, el cielo les avisto y se endureció como endurecida estaba la vida
de ellos.
Juancito fue
bautizado como el nuevo rufián, su prueba fue dura; nunca había robado pero
había llegado el momento.
Por muchos
años recorrió las calles de aquella convulsionada ciudad, solo o acompañado, el
se comía el mundo. Entre autos nuevos
y viejos se convirtió en el perfecto rufián para abrirlos y sacar bienes de
valor.
Su carrera iba
en ascenso y aunque en muchas ocasiones se enfrento a la policía, la suerte
estaba a su lado. Amaba el dinero, las buenas ropas y comer en restaurantes
conocidos.
-¿Qué donde
vivía?
Eso nunca se
supo, tenia guaridas por toda la ciudad y se movía con tal agilidad que las
gacelas se ponían celosas.
Pero un día la
suerte se fue.
Como de
costumbre planeo el lugar donde trabajaría ese día, llego, siempre con paso
rápido, la calle se lo había enseñado. Una fila enorme de autos le esperaban, sus
dueños en sus ocupaciones no sospechaban la presencia del pequeño rufián.
Se coloco los
guantes, tomo sus implementos de trabajo y se dispuso a abrir el primero; fue
fácil, el mas fácil en su carrera. Saco el estereo y una vez fuera del auto
sintió un impacto en su pecho. Sus rodillas se doblaron, una nube negra cubrió
su vista, lo hurtado cayó al suelo y detrás el cuerpo de Juancito.
La sangre se
derramo creando un gran charco a su alrededor, un grupo de curiosos se hizo
presente en el lugar del hecho.
Jauncito, el
perfecto rufián se iba, solo como fue su
vida. El mes próximo cumpliría año…cuantos?...
No importa,
total fue el último.
Quiso
balbucear algo pero no pudo…
A lo lejos un
hombre grueso y alto se quitaba los guantes, para el fue el crimen perfecto…
Lourdes Aquino
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